La vida de un
escritor
Había pasado ya una semana desde que le puse el punto final
a mi libro, con aquella historia de amor que me había perseguido por años y
cuyos argumentos y enredos crecieron y crecieron en mi cabeza hasta que
desbordó sobre las hojas limpísimas del editor de texto de mi computador. Y me tomó una semana más revisarlo, diseñar
la portada y subirlo a la red para su publicación a través de una página web
que me prometía los mejores beneficios. Y fue el domingo por la noche cuando me
llegó un correo electrónico diciendo que el libro ya estaba en línea y a la
venta. Emocionado revisé la página, y ahí estaba la portada de mi libro con el
mejor título que se me había ocurrido “Cartas olvidadas a un amor no olvidado”
y abajo el nombre del autor, el mío, “Jorge Mendoza”.
Hice lo que cualquier escritor con suficiente cariño propio,
me imagino, no hace, comprar su propio libro. Es cierto que en realidad nunca
estudié nada relacionado con la literatura y aunque desde los 15 años escribí
algunos cuentos, dignos de olvidar por cierto, nunca se me ocurrió estudiar
algo que hiciera pensar a mis padres, por ejemplo, que algún día escribiría un
libro. Es más, una vez, recuerdo que les comenté que me gustaba escribir, “ya
se te pasará” me dijeron. Nunca se me pasó, pero tampoco nunca asumí la
naturaleza de escritor. Muy por el contrario me decidí estudiar programación
aprovechando en algo el gusto que tenía también por las computadoras. Así que
es una forma de justificarme, no me considero un escritor, un aficionado
solamente.
Pero con la imagen de mi libro salgo a respirar el aire
fresco de la noche de verano, observo las estrellas y sonrió al pensar en mi
nombre bajo el título, es una sensación gratificante por lo menos. Pero estoy
muy cansado, lo siento en mis ojos, en mis parpados. Voy a mi habitación, veo
el reloj “9:00”. Me dispongo a dormir. En mi habitación a oscuras recuerdo la dedicatoria “¿algún día lo
leerá?” me pregunto y sin más todo se desvanece.
Despierto y abro los ojos, la habitación aún está a oscuras,
tomo mi celular que siempre coloco en mi mesa de noche, “10:30”. Solo he
dormido una hora y media, es por culpa del calor insoportable que suele hacer
por estas fechas. Pero no siento que se interrumpiera mi sueño, me siento
renovado, el cansancio se ha ido.
Mientras veo el techo me pregunto qué es ser un escritor. Es
decir ¿Cuándo una persona puede llamarse escritor? ¿cuando publica algo como lo
acabo de hacer yo? ¿cuando alguien compra su libro? Hey ¿lo seria yo, dado que
ya vendí uno aunque a mí mismo? ¿Cuándo lo lean muchos? Y ¿Cuántos son muchos? ¿Es
acaso un título que te dan los demás o es una forma de verse a sí mismo? Di vueltas
una vez más a estas preguntas y luego decidí que debía ser eso último, que es
cuestión de actitud.
¿Qué hacen los escritores? Rayos, son las 10:40 de la noche,
¿un escritor durmiendo a esa hora? No lo creo. ¿Cuál será mi próximo libro? Hace
tanto tiempo que decidí que la historia de amor que viví en la universidad, y
que duró hasta mucho después, era digna de ser una novela, que era una de las
mejores formas de eternizarla, de conservar el recuerdo de aquella hermosa mujer
a quien tanto había amado. Pero de qué podría escribir ahora, no tengo más
historia que esa. ¿No es acaso mi responsabilidad, ahora que he decidido ser un
escritor, escribir más que un solo libro? ¿No es acaso mi obligación buscar
historias que sean también dignas de recordar?
De un salto me he separado de la cama, tomo una ducha rápida, solo para devolverle la temperatura normal a mi cuerpo. Me visto un pantalón jean
azul algo desgastado por el tiempo más que por el uso, un polo rojo pálido de
cuello v y unas zapatillas de tela. Tomo el cuaderno pequeño que alguna
vez mi cuñado me regaló, y que hasta ahora no me había decidido a usar,
un lápiz de punta retráctil que conservo también de la universidad, tomo mis
llaves y algo de dinero, y salgo a la calle. La noche es silenciosa por estas
calles, pero las luces de los postes parecen invitarme a caminar. Sopla una
brisa ligera, no hay vuelta atrás, como un buen libro no se puede parar de
leer, un escritor no puede dejar de escribir “y es lo que soy”.
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