La vida de un escritor (parte 2)
(Luis M. Vicente)
Camino mirando de un lado a otro, buscando algún elemento
que despierte mi creatividad y me haga escribir una historia que ocurra solo en
mi cabeza.
Unos gatos corriendo por los techos, maullando fuertemente, me hacen
levantar la mirada. Pobre gato, lo que le espera si lo alcanzan, pero supongo
que el amor siempre es una actividad de alto riesgo, y mientras más amas, más
posibilidades de perder. Aquel gato habrá amado con tal pasión como para que esté
en juego su vida. Todos sabemos que sí.
Tras dar vuelta a una esquina aparecen las personas,
caminando, la mayoría con los rostros cansados. Una pareja camina cerca de mí,
la mujer le habla pero él parece dormido con los ojos abiertos. Los rebaso. El
silencio se ha convertido en bullicio y las sombras apartadas en multitudes. Es el centro de la ciudad.
El centro de la ciudad es muy iluminado, con negocios por
todas partes. Pareciera que acaba de despertar. La gente tiene una energía
diferente, como si la absorbieran de las luces de neón. También ellos han
despertado con la ciudad. Yo los observo, están inquietos, salen de todos lados,
y parecen ir a todos lados, ríen, comentan lo que quieren comprar, lo que
quieren hacer, lo que quieren comer, lo que quieren sentir. Yo sonrió ¿entre la
gente estará mi historia?
Camino de frente y llego a la plaza, encuentro un asiento
vació, saco mi cuaderno y lápiz y me siento dispuesto a escribir. A mi lado un
árbol alto y muy viejo. Cuando era niño recuerdo que ya tenía ese tamaño.
Cuantos años de experiencia, cuantas cosas habrá visto este observador
inmutable. “¡Hey! ¿Cuántos libros podrías escribir tú?” No responde, obviamente.
A lo lejos unos niños corren alrededor de una llama falsa que un señor de
aspecto descuidado usa para atraer a las personas a tomarse una foto; pero el
señor no está atento a su negocio, juega a las cartas con otros señores de
aspecto similar ¿Cuál será el fotógrafo? No quiero alardear, pero soy muy
perspicaz “el que tiene la cámara colgada al cuello”. Tal vez escriba una
novela de detectives, un asesinado, muchos sospechosos, pasiones desbordadas.
En una banca alejada, al lado opuesto de la plaza, una pareja de jóvenes se
besan desde hace unos minutos ¿Cómo pueden respirar? Pero yo sé cómo, también
lo he hecho, está claro que no en un lugar tan público como este, con tanta
gente, con tantos niños. Una señora se ha sentado en mi misma banca, nos separa
un metro; habla por el teléfono, parece discutir, se trata de dinero, un banco,
una deuda pendiente. El frio parece haber penetrado a través de la delgada tela
de mi polo. Es hora de caminar. Me levanto, miro mi cuaderno. Ni una letra.
El viento de la noche
gira en el cielo y me da frio. En una esquina cerca de la plaza veo un café con
las luces amarillas de antaño. Parece ser un lugar bastante tranquilo. Me
pregunto desde cuando está ese café ahí, o lo más importante, desde cuándo no
camino por estos lugares. Suelo ser de esas personas que no le gusta salir, que
se siente más seguro entre las cuatro paredes de su habitación. Para salir, debo
hacerme siempre a la idea una semana antes, a las reuniones con los amigos, al
cine, a bailar.
Adentro el aire es tibio, la diferencia con el aíre de fuera me produce una especie de escalofrío. Observo las mesas y pienso que
sería interesante saber qué tipo de madera es por el color, y poder decir “caoba”
o “cedro”, “pino”. Rayos, creo que son los únicos árboles que recuerdo. “Eucalipto”.
Nadie voltea a ver quién ha entrado, todos parecen
concentrados en sus conversaciones. Voy al fondo del café y me siento en el
extremo de la barra. El barman me
pregunta si deseo la carta.
-No gracias, solo deseo una cerveza negra y un vaso, por
favor. – pienso que tal vez me oí algo interesante.
Me alcanza, además, un posavasos y le agradezco. La cerveza
está helada pero es perfecta para este ambiente cálido. Me sirvo y aparto la
botella que aún conserva líquido. Tomo un trago. Una conversación de pronto
roba mi atención.
-Lo importante es ser el primero si quieres perdurar en los
recuerdos de las personas. - es la voz de un hombre – Como nunca olvidarás a tu
primer amor, a la mujer con quien tuviste sexo la primera vez o a la mujer con la
que tuviste sexo la primera vez estando enamorado, enamorada en tu caso. Porque
los nombres de aquellos con los que vives tus primeras experiencias no los
olvidas, y sus rostros han de perseguirte en los sueños y te sobresalta la
nostalgia de querer saber qué fue de ellos.
-No creo que sea así, Jhon.- replica la voz aguda de una
mujer- Las cosas que realmente perduran son
solo las que existen en el presente. Si has de querer que una mujer te
recuerde, debes permanecer con ella, o el tiempo borrará tu rostro de sus recuerdos. Así que no te sirve de nada ir desvirgando mujeres creyendo que así
te recordarán. Porque, créeme, ya te olvidaron.
Jhon comienza a reír a fuertemente.
-¿Qué opinas Ariana? ¿Ya olvidaste a tu primer amor?-
pregunta Jhon.
-Yo también creo que es el presente lo que se ama, y si de
pronto un día recuerdas un viejo amor,
por ser que los recuerdos son un presente, aunque sea solo un instante, pues eso
es lo que amas. –responde una voz suave de mujer.
-¿Qué? Ariana mía, poeta tenías que ser. Ustedes son siempre
tan enredosos. – desaira Jhon- ¡Amigo! ¡Amigo!
Volteo lentamente.
-Sí, tú – me dice- ¿has oído nuestra conversación? Pero qué
digo, seguro que si la has oído. Dinos ¿Qué opinas?
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