Rutina
(parte 2)
(luis m. vicente)
Siguió caminando y pensó de pronto en
lo que haría al llegar diez minutos antes a su destino, es cierto que sería
solo seiscientos segundos para cualquier otro mortal, pero para su rutina era
más que eso, era una especie de agujero negro en su universo, un agujero por el
que nunca antes había tenido que preocuparse y que ahora simplemente estaba ahí.
Él pensaba, con una sonrisa en el rostro, en las posibilidades; aunque lo más
seguro era que llegaría y se sentaría a esperar que pasaran.
Jaín calculó, mirando a lo lejos, que
le faltarían tres cuadras para llegar a su paradero, ya podía ver los carros y
algunas personas esperando, seguramente somnolientos. Después de dar dos pasos
sintió unos brazos envolverlo por la espalda, no logró dar un tercer paso.
Fuertemente sujetado los brazos pegados al cuerpo, Jaín opuso, en principio,
despreciable resistencia. Intentaba entender lo que sucedía, esperaba
ingenuamente tal vez reconocer en cualquier momento una voz familiar diciendo “Jaín,
amigo no te acuerdas de mí” y riera, que lo aliviara del nerviosismo y del
temor que inevitable empezaba a embargarlo. Pero no sucedió así. Tronó en sus
oídos la voz gruesa y tosca de aquel hombre, “al toque” grito y aquellas
palabras revelaron una especie de flojera en sus músculos vocales, como si su
lengua despertara de una resaca y como si su voz surgiera de un hoyo mucho más
profundo que la de su garganta, de un abismo.
Rápidamente surgieron casi de la nada dos
jóvenes, rostros delgados y cansados. Sus cabellos negros y desordenados. Uno
le quitó la mochila, abrió el bolsillo grande y encontró solo un cuaderno; lo
tiró al suelo. El otro sujeto comenzó a buscar con paciencia y rudeza cada
bolsillo del pantalón.
-qué pasa chino- dijo Jaín con suavidad y casi amablemente mientras sus
manos trataban de estorbar la búsqueda del sujeto.
Todo estuvo claro entonces, Jaín se
resignó a no oír ninguna voz familiar, ningún amigo, ninguna broma, ninguna
ilusión por la que pudiera huir de la realidad tan tangible. Se resignó a
esperar que aquellos hombres terminaran su trabajo, pero siempre con el temor
de que no acabara solo con la búsqueda de un tesoro en sus bolsillos, pues el
sabia que no encontrarían nada.
-¡rápido!-volvió a exclamar el hombre que no se permitía un segundo de
descuido, sujetando tan fuerte o aun mas que al principio a Jaín.
-no tengo nada
Y sacaron su billetera y solo
encontraron documentos, para ellos inservibles. Y sacaron las llaves y tiraron
todo al suelo.
-¡busca bien, busca bien!- ordenó
- no tiene nada- dijo al fin uno de los que lo bolsiqueaba.
- vámonos pe on- fue la voz que dio fin a tal circunstancia.
Los jóvenes detuvieron su búsqueda y
se alejaron. El otro sujeto soltó a Jaín empujándolo, y corriendo alcanzó a sus
compañeros. Jaín al verse liberado miró hacia los tres hombres que se alejaban
ya sin prisa. “corre” dijo uno volviéndose hacia él y le mentó la madre. Jaín pudo reconocer al hombre que minutos
antes había visto acercándose a una casa. Movió la cabeza en forma negativa,
sorprendido, indignado.
Cuando ya no pudo verlos comenzó a
recoger sus cosas con mucha paciencia, sin ningún tipo de apuro. Levantó su
billetera y sus documentos. Luego recogió su mochila verde oscuro y cerró sus
bolsillos. Mientras lo hacia recordó que era en el bolsillo más pequeño donde
estaba su dinero, los diez soles que cubrirían sus gastos del día. Revisó y aún
estaba ahí, el billete de diez soles doblado en cuatro. Jaín quiso saberse
afortunado, pero el recuerdo de su cuerpo sojuzgado, y el vacio que generaba el
corazón, en marcha rápida aún, en su pecho lo distrajo y decidió olvidarse de
aquella extraña suerte.
Continuó su camino. No sabia si era
temor lo que sentía o una simple posibilidad consiente que volviera a pasar,
pero a cada paso recordaba la voz del hombre en sus oídos, su cuerpo doblegado
e impotente, sus bolsillos siendo rebuscados. Un hombre limpiaba su auto
escarabajo azul con una franela roja; Jaín lo vio cuando recogía sus cosas y sabía
que aquel sujeto lo había visto en aquella situación apremiante, pero que se
había limitado a hacerse de la vista gorda, que había decidido no intervenir
tal vez por cobardía, tal vez por simple indiferencia. Al pasar ya muy cerca,
el hombre miró a Jaín buscando sus ojos, pero luego aquella mirada se perdió y
fue a parar al suelo. Jaín miraba al frente, su cuerpo delgado y erguido. No lo
miró.
Llegó a su paradero. Ciertamente
personas esperaban sus buses con el rostro somnoliento. Jaín pensó si él no
tendría también el sueño dibujado en su rostro y frotó sus ojos. Esperó un
momento al bus que lo llevaría a la universidad. El cual no tardó más que
cualquier otro día. Subió y se acomodó en la parte trasera junto a la ventana.
Miró hacia fuera. El cielo no dejaba duda de que el día había reclamado su
lugar.
-Por lo menos no llegaré diez minutos antes- pensó en voz alta y en su
rostro se dibujó una sonrisa.
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