Aquella vez que le hablé
(Luis M. Vicente)
Qué
carajos hacía yo ahí, parado frente a
ella sumamente nervioso, con el corazón bombeando a mil a punto de saltarme del
pecho. Era a pesar de todo algo muy gratificante, claro, pero me costó mucho
pronunciar las primeras palabras. Ella estaba de espaldas, guardando algunas
cosas y seguro que no me vio llegar, yo mismo no me vi llegar, ahora que lo
pienso.
-Disculpa
¿puedo robarte un minuto?- le dije. Le dije con voz tan baja que seguramente no
me escuchó, porque siguió haciendo sus cosas.
-Disculpa,
¿puedo robarte un minuto?- le repetí con voz más segura, hasta que ella volteó,
me miró con sus ojos grandes y bonitos, y perdí de nuevo la seguridad.
-¿Si?
Dime- la noté algo nerviosa también, pero definitivamente podría haber sido más
por el temor de que un desconocido que has notado que siempre te ve de pronto te
hable. Me imagino.
Y
ahí empezó una serie de balbuceos que en realidad querían decir algo.
-Hola,
esteee, ehhh, yo te veo desde hace mucho tiempo, mucho tiempo, siempre pasar y
quería…, y me…, y un tiempo dejé de verte pero después de tiempo de nuevo te
veo pasar y…- que bonitos ojos eran los que me veían, queriendo entender algo
también- y me pareces un chica muy bonita he interesante y… ¿qué mas era?- me
pregunté en voz baja, mientras veía mi mano jugar con el vidrio del estante que
nos separaba-¿Qué más?
Yo
había repasado tantas veces mi guión la
última semana. Cada una de las 6 veces al día que la veía pasar, de ida y
vuelta, aunque algunas veces por alguna
extraña razón la veía más veces y en ocasiones menos. Sabía que no sería fácil,
porque cada vez que me imaginaba que le hablaba ya el corazón me empezaba a
latir de una forma que no era normal. La veía venir, y al saber que volvería a
pasar de regreso me decía “ahora sí” pero pasaba y me quedaba petrificado.
“después sí”, “mañana sí”, “ni que fuera tan difícil hablar”, “pero mañana sí”.
-¡ah
sí! Y quería saber si habría la posibilidad de entablar una amistad- dije,
siempre sonriendo nerviosamente.
-No
sé, pero es que en realidad no sé quién eres- me dijo con voz su suave, que sin
embargo era bastante firme.
-Bueno
sí, pero de eso se trata, de poder conocernos. Mira, yo tengo aquí...-saqué de
mi bolsillo un cuaderno y de entre sus páginas un pequeño papel (insignificante
en realidad)- Aquí está mi número de celular y me puedes escribir.
-Pero
ahora no tengo celular
-También
está mi nombre ¿vez? me llamo José y me puedes buscar en Facebook y conocer más
de mí.
Me
recibió el papel, no recuerdo cuán delicadamente porque mi mano templaba
demasiado.
-Pero
¿quién eres? ¿A qué te dedicas?
Casi
le digo “a mirarte pasar cada día de mi vida” pero en realidad eso era
demasiado.
-Soy
profesor, pero actualmente estoy ayudando a vender a mi mamá aquí, a la vuelta.
-ah,
eres profesor y ¿de qué?- parecía
sorprendida.
-De
matemática ¿no parezco profesor?- pregunté. Pero claro que no lo parecía, ¿quién
tiene cara de profesor mientras vende o mientras le habla nerviosamente a una
chica?
-Y
¿cómo así estás aquí? ¿No entiendo? ¿De dónde me conoces?
-Como
dije, desde hace tiempo que te veo y siempre me has parecido una chica muy
bonita e interesante y hubiera querido
poder hablarte antes pero no sabía cómo. Y hasta hoy que me decidí hablarte- sonreí.
-Sí,
bueno, yo me he dado cuenta que me miras y me sonríes, pero yo no soy de sonreír
a las personas que no conozco.
Y sí,
definitivamente era cierto, su seriedad al pasar era una de las razones por las que se me hizo tan
interesante desde la primera vez que la vi, 4 años atrás. No diré que recuerdo
a la perfección aquel día de verano, en la que refrescaba, aun en esos días en los que lo usual era que
el sol fuera inclemente, aquella mañana en la que también estaba ayudando a mi mamá a vender
y de pronto la vi pasar. Caminaba seriamente sin mirar a los lados, con la
postura más erguida que haya visto en mi vida. Su rostro suave y delgado, sus
ojos grandes, marrones y brillantes, de cabello lacio, su cuerpo también
delgado de piernas largas, se veía frágil pero a la vez imponente pues parecía
que nada la pudiera tocar, como sí el tiempo se detuviera a su alrededor y ella
caminara sin que la percibieran. Inmutable. Yo sí que la percibí, era realmente
hermosa.
La
vi pasar cada día de aquel verano, pensando si alguna vez habría la oportunidad
de poder hablarle. Siempre conocí a gente impulsado por las circunstancias más
que por decisión propia, en el colegio, en la universidad, en el trabajo, no
había pensado que yo debía hacer que esas oportunidades se dieran, tomar por
las riendas a la bestia que era el destino. No, en esos años no había pasado
por mi mente. Y así la vi pasar día tras día. Sé que ella me notaba viéndola,
seguro le parecía raro, pero inmutable como era, siempre fue ajena también a
las cosas de mi mundo. Un día, de pronto, ella dejó de aparecer, yo la dejé de
ver y la vida continúo su rumbo como es obvio.
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