sábado, 14 de mayo de 2016

Cuento - Rutina 2/2

Rutina
(parte 2)
(luis m. vicente)
Siguió caminando y pensó de pronto en lo que haría al llegar diez minutos antes a su destino, es cierto que sería solo seiscientos segundos para cualquier otro mortal, pero para su rutina era más que eso, era una especie de agujero negro en su universo, un agujero por el que nunca antes había tenido que preocuparse y que ahora simplemente estaba ahí. Él pensaba, con una sonrisa en el rostro, en las posibilidades; aunque lo más seguro era que llegaría y se sentaría a esperar que pasaran.


Jaín calculó, mirando a lo lejos, que le faltarían tres cuadras para llegar a su paradero, ya podía ver los carros y algunas personas esperando, seguramente somnolientos. Después de dar dos pasos sintió unos brazos envolverlo por la espalda, no logró dar un tercer paso. Fuertemente sujetado los brazos pegados al cuerpo, Jaín opuso, en principio, despreciable resistencia. Intentaba entender lo que sucedía, esperaba ingenuamente tal vez reconocer en cualquier momento una voz familiar diciendo “Jaín, amigo no te acuerdas de mí” y riera, que lo aliviara del nerviosismo y del temor que inevitable empezaba a embargarlo. Pero no sucedió así. Tronó en sus oídos la voz gruesa y tosca de aquel hombre, “al toque” grito y aquellas palabras revelaron una especie de flojera en sus músculos vocales, como si su lengua despertara de una resaca y como si su voz surgiera de un hoyo mucho más profundo que la de su garganta, de un abismo.

Rápidamente surgieron casi de la nada dos jóvenes, rostros delgados y cansados. Sus cabellos negros y desordenados. Uno le quitó la mochila, abrió el bolsillo grande y encontró solo un cuaderno; lo tiró al suelo. El otro sujeto comenzó a buscar con paciencia y rudeza cada bolsillo del pantalón.
        -qué pasa chino- dijo Jaín con suavidad y casi amablemente mientras sus manos trataban de estorbar la búsqueda del sujeto.

Todo estuvo claro entonces, Jaín se resignó a no oír ninguna voz familiar, ningún amigo, ninguna broma, ninguna ilusión por la que pudiera huir de la realidad tan tangible. Se resignó a esperar que aquellos hombres terminaran su trabajo, pero siempre con el temor de que no acabara solo con la búsqueda de un tesoro en sus bolsillos, pues el sabia que no encontrarían nada.
        -¡rápido!-volvió a exclamar el hombre que no se permitía un segundo de descuido, sujetando tan fuerte o aun mas que al principio a Jaín.
        -no tengo nada

Y sacaron su billetera y solo encontraron documentos, para ellos inservibles. Y sacaron las llaves y tiraron todo al suelo.
        -¡busca bien, busca bien!- ordenó
        - no tiene nada- dijo al fin uno de los que lo bolsiqueaba.
        - vámonos pe on- fue la voz que dio fin a tal circunstancia.

Los jóvenes detuvieron su búsqueda y se alejaron. El otro sujeto soltó a Jaín empujándolo, y corriendo alcanzó a sus compañeros. Jaín al verse liberado miró hacia los tres hombres que se alejaban ya sin prisa. “corre” dijo uno volviéndose hacia él y le mentó la madre.  Jaín pudo reconocer al hombre que minutos antes había visto acercándose a una casa. Movió la cabeza en forma negativa, sorprendido, indignado.

Cuando ya no pudo verlos comenzó a recoger sus cosas con mucha paciencia, sin ningún tipo de apuro. Levantó su billetera y sus documentos. Luego recogió su mochila verde oscuro y cerró sus bolsillos. Mientras lo hacia recordó que era en el bolsillo más pequeño donde estaba su dinero, los diez soles que cubrirían sus gastos del día. Revisó y aún estaba ahí, el billete de diez soles doblado en cuatro. Jaín quiso saberse afortunado, pero el recuerdo de su cuerpo sojuzgado, y el vacio que generaba el corazón, en marcha rápida aún, en su pecho lo distrajo y decidió olvidarse de aquella extraña suerte.

Continuó su camino. No sabia si era temor lo que sentía o una simple posibilidad consiente que volviera a pasar, pero a cada paso recordaba la voz del hombre en sus oídos, su cuerpo doblegado e impotente, sus bolsillos siendo rebuscados. Un hombre limpiaba su auto escarabajo azul con una franela roja; Jaín lo vio cuando recogía sus cosas y sabía que aquel sujeto lo había visto en aquella situación apremiante, pero que se había limitado a hacerse de la vista gorda, que había decidido no intervenir tal vez por cobardía, tal vez por simple indiferencia. Al pasar ya muy cerca, el hombre miró a Jaín buscando sus ojos, pero luego aquella mirada se perdió y fue a parar al suelo. Jaín miraba al frente, su cuerpo delgado y erguido. No lo miró.

Llegó a su paradero. Ciertamente personas esperaban sus buses con el rostro somnoliento. Jaín pensó si él no tendría también el sueño dibujado en su rostro y frotó sus ojos. Esperó un momento al bus que lo llevaría a la universidad. El cual no tardó más que cualquier otro día. Subió y se acomodó en la parte trasera junto a la ventana. Miró hacia fuera. El cielo no dejaba duda de que el día había reclamado su lugar.

        -Por lo menos no llegaré diez minutos antes- pensó en voz alta y en su rostro se dibujó una sonrisa.

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