domingo, 28 de mayo de 2017

Cuento - La vida de un escritor (parte 2)

La vida de un escritor (parte 2)
(Luis M. Vicente)

Camino mirando de un lado a otro, buscando algún elemento que despierte mi creatividad y me haga escribir una historia que ocurra solo en mi cabeza. 

Unos gatos corriendo por los techos, maullando fuertemente, me hacen levantar la mirada. Pobre gato, lo que le espera si lo alcanzan, pero supongo que el amor siempre es una actividad de alto riesgo, y mientras más amas, más posibilidades de perder. Aquel gato habrá amado con tal pasión como para que esté en juego su vida. Todos sabemos que sí.


Tras dar vuelta a una esquina aparecen las personas, caminando, la mayoría con los rostros cansados. Una pareja camina cerca de mí, la mujer le habla pero él parece dormido con los ojos abiertos. Los rebaso. El silencio se ha convertido en bullicio y las sombras apartadas  en multitudes. Es el centro de la ciudad.

El centro de la ciudad es muy iluminado, con negocios por todas partes. Pareciera que acaba de despertar. La gente tiene una energía diferente, como si la absorbieran de las luces de neón. También ellos han despertado con la ciudad. Yo los observo, están inquietos, salen de todos lados, y parecen ir a todos lados, ríen, comentan lo que quieren comprar, lo que quieren hacer, lo que quieren comer, lo que quieren sentir. Yo sonrió ¿entre la gente estará mi historia?

Camino de frente y llego a la plaza, encuentro un asiento vació, saco mi cuaderno y lápiz y me siento dispuesto a escribir. A mi lado un árbol alto y muy viejo. Cuando era niño recuerdo que ya tenía ese tamaño. Cuantos años de experiencia, cuantas cosas habrá visto este observador inmutable. “¡Hey! ¿Cuántos libros podrías escribir tú?” No responde, obviamente. A lo lejos unos niños corren alrededor de una llama falsa que un señor de aspecto descuidado usa para atraer a las personas a tomarse una foto; pero el señor no está atento a su negocio, juega a las cartas con otros señores de aspecto similar ¿Cuál será el fotógrafo? No quiero alardear, pero soy muy perspicaz “el que tiene la cámara colgada al cuello”. Tal vez escriba una novela de detectives, un asesinado, muchos sospechosos, pasiones desbordadas. En una banca alejada, al lado opuesto de la plaza, una pareja de jóvenes se besan desde hace unos minutos ¿Cómo pueden respirar? Pero yo sé cómo, también lo he hecho, está claro que no en un lugar tan público como este, con tanta gente, con tantos niños. Una señora se ha sentado en mi misma banca, nos separa un metro; habla por el teléfono, parece discutir, se trata de dinero, un banco, una deuda pendiente. El frio parece haber penetrado a través de la delgada tela de mi polo. Es hora de caminar. Me levanto, miro mi cuaderno. Ni una letra.

El  viento de la noche gira en el cielo y me da frio. En una esquina cerca de la plaza veo un café con las luces amarillas de antaño. Parece ser un lugar bastante tranquilo. Me pregunto desde cuando está ese café ahí, o lo más importante, desde cuándo no camino por estos lugares. Suelo ser de esas personas que no le gusta salir, que se siente más seguro entre las cuatro paredes de su habitación. Para salir, debo hacerme siempre a la idea una semana antes, a las reuniones con los amigos, al cine, a bailar.

Adentro el aire es tibio, la diferencia con el aíre de fuera me produce una especie de escalofrío. Observo las mesas y pienso que sería interesante saber qué tipo de madera es por el color, y poder decir “caoba” o “cedro”, “pino”. Rayos, creo que son los únicos árboles que recuerdo. “Eucalipto”. 

Nadie voltea a ver quién ha entrado, todos parecen concentrados en sus conversaciones. Voy al fondo del café y me siento en el extremo de la barra.  El barman me pregunta si deseo la carta.

-No gracias, solo deseo una cerveza negra y un vaso, por favor. – pienso que tal vez me oí algo interesante.

Me alcanza, además, un posavasos y le agradezco. La cerveza está helada pero es perfecta para este ambiente cálido. Me sirvo y aparto la botella que aún conserva líquido. Tomo un trago. Una conversación de pronto roba mi atención.

-Lo importante es ser el primero si quieres perdurar en los recuerdos de las personas. - es la voz de un hombre – Como nunca olvidarás a tu primer amor, a la mujer con quien tuviste sexo la primera vez o a la mujer con la que tuviste sexo la primera vez estando enamorado, enamorada en tu caso. Porque los nombres de aquellos con los que vives tus primeras experiencias no los olvidas, y sus rostros han de perseguirte en los sueños y te sobresalta la nostalgia de querer saber qué fue de ellos.

-No creo que sea así, Jhon.- replica la voz aguda de una mujer- Las cosas que realmente perduran son  solo las que existen en el presente. Si has de querer que una mujer te recuerde, debes permanecer con ella, o el tiempo borrará tu rostro de sus recuerdos. Así que no te sirve de nada ir desvirgando mujeres creyendo que así te recordarán. Porque, créeme, ya te olvidaron.

Jhon comienza a reír a fuertemente.

-¿Qué opinas Ariana? ¿Ya olvidaste a tu primer amor?- pregunta Jhon.

-Yo también creo que es el presente lo que se ama, y si de pronto un día recuerdas un viejo  amor, por ser que los recuerdos son un presente, aunque sea solo un instante, pues eso es lo que amas. –responde una voz suave de mujer.

-¿Qué? Ariana mía, poeta tenías que ser. Ustedes son siempre tan enredosos. – desaira Jhon- ¡Amigo! ¡Amigo!

Volteo lentamente.


-Sí, tú – me dice- ¿has oído nuestra conversación? Pero qué digo, seguro que si la has oído. Dinos ¿Qué opinas?

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