sábado, 13 de mayo de 2017

Cuento - la vida de un escritor (parte 1)

La vida de un escritor

Había pasado ya una semana desde que le puse el punto final a mi libro, con aquella historia de amor que me había perseguido por años y cuyos argumentos y enredos crecieron y crecieron en mi cabeza hasta que desbordó sobre las hojas limpísimas del editor de texto de mi computador.  Y me tomó una semana más revisarlo, diseñar la portada y subirlo a la red para su publicación a través de una página web que me prometía los mejores beneficios. Y fue el domingo por la noche cuando me llegó un correo electrónico diciendo que el libro ya estaba en línea y a la venta. Emocionado revisé la página, y ahí estaba la portada de mi libro con el mejor título que se me había ocurrido “Cartas olvidadas a un amor no olvidado” y abajo el nombre del autor, el mío, “Jorge  Mendoza”.


Hice lo que cualquier escritor con suficiente cariño propio, me imagino, no hace, comprar su propio libro. Es cierto que en realidad nunca estudié nada relacionado con la literatura y aunque desde los 15 años escribí algunos cuentos, dignos de olvidar por cierto, nunca se me ocurrió estudiar algo que hiciera pensar a mis padres, por ejemplo, que algún día escribiría un libro. Es más, una vez, recuerdo que les comenté que me gustaba escribir, “ya se te pasará” me dijeron. Nunca se me pasó, pero tampoco nunca asumí la naturaleza de escritor. Muy por el contrario me decidí estudiar programación aprovechando en algo el gusto que tenía también por las computadoras. Así que es una forma de justificarme, no me considero un escritor, un aficionado solamente.

Pero con la imagen de mi libro salgo a respirar el aire fresco de la noche de verano, observo las estrellas y sonrió al pensar en mi nombre bajo el título, es una sensación gratificante por lo menos. Pero estoy muy cansado, lo siento en mis ojos, en mis parpados. Voy a mi habitación, veo el reloj “9:00”. Me dispongo a dormir. En mi habitación a oscuras  recuerdo la dedicatoria “¿algún día lo leerá?” me pregunto y sin más todo se desvanece.

Despierto y abro los ojos, la habitación aún está a oscuras, tomo mi celular que siempre coloco en mi mesa de noche, “10:30”. Solo he dormido una hora y media, es por culpa del calor insoportable que suele hacer por estas fechas. Pero no siento que se interrumpiera mi sueño, me siento renovado, el cansancio se ha ido.

Mientras veo el techo me pregunto qué es ser un escritor. Es decir ¿Cuándo una persona puede llamarse escritor? ¿cuando publica algo como lo acabo de hacer yo? ¿cuando alguien compra su libro? Hey ¿lo seria yo, dado que ya vendí uno aunque a mí mismo? ¿Cuándo lo lean muchos? Y ¿Cuántos son muchos? ¿Es acaso un título que te dan los demás o es una forma de verse a sí mismo? Di vueltas una vez más a estas preguntas y luego decidí que debía ser eso último, que es cuestión de actitud.

¿Qué hacen los escritores? Rayos, son las 10:40 de la noche, ¿un escritor durmiendo a esa hora? No lo creo. ¿Cuál será mi próximo libro? Hace tanto tiempo que decidí que la historia de amor que viví en la universidad, y que duró hasta mucho después, era digna de ser una novela, que era una de las mejores formas de eternizarla, de conservar el recuerdo de aquella hermosa mujer a quien tanto había amado. Pero de qué podría escribir ahora, no tengo más historia que esa. ¿No es acaso mi responsabilidad, ahora que he decidido ser un escritor, escribir más que un solo libro? ¿No es acaso mi obligación buscar historias que sean también dignas de recordar?

De un salto me he separado de la cama, tomo una ducha rápida, solo para devolverle la temperatura normal a mi cuerpo. Me visto un pantalón jean azul algo desgastado por el tiempo más que por el uso, un polo rojo pálido de cuello v y unas zapatillas de tela. Tomo el cuaderno pequeño que alguna vez mi cuñado me regaló, y que hasta ahora no me había decidido a usar, un lápiz de punta retráctil que conservo también de la universidad, tomo mis llaves y algo de dinero, y salgo a la calle. La noche es silenciosa por estas calles, pero las luces de los postes parecen invitarme a caminar. Sopla una brisa ligera, no hay vuelta atrás, como un buen libro no se puede parar de leer, un escritor no puede dejar de escribir “y es lo que soy”. 


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